`Inserte aquí todas sus advertencias morales, gracias´.
Desde pequeños nos advierten, no fumes que el tabaco mata. Si vas a beber no conduzcas. No te drogues. No te juntes con malas compañías o acabarás igual. Ten cuidado si sales (por la noche) y eres mujer. Que si follas sea con condón, no queremos más disgustos. No llegues tarde a casa. Estudia si quieres ser alguien.
Cada dos por tres nos advierten de las posibilidades que
tenemos de cagarla en un futuro. Pero nadie nos advierte de que podemos `ser
alguien´ y vivir debajo de un puente. Que podemos estar una década en el paro o
a diez mil kilómetros de casa, por un sistema sin escrúpulos. Aunque no nos
gusta lo que tenemos ahí arriba –podríamos llamarle gobierno- no lo cambiamos,
ya que todo lo que venga será peor (o eso nos dicen). Que el tabaco puede
matar, pero no veo carteles en invierno diciendo `sin casa también mueres de
frío´, por los suicidios provenientes de desahucios. Que existen mejores vicios
que la droga, como es el amor. Pero nadie le advierte a una niña de diez años
que se puede enamorar de otra niña o que un niño quizás pueda llegar a ser
mujer. Nos advierten de los prejuicios de los demás, pero no nos dicen que
detrás de unas `pintas´ habitan personas llenas de vida.Nos advierten de cómo
follar, pero no nos dejan elegir sobre nuestro cuerpo. La sociedad no advierte
de que las mujeres no se visten para provocar a los hombres, pero si justifican
el derecho a violarles según su ropa.
Nos dictan como vivir. Nos incrustan datos inequívocos, para
decidir por nosotros. Nos amordazan y enjaulan con sus criterios. Nos cohíben.
Nos advierten de como advertir. Nos instruyen como a un ejército de amebas. Nos
ruegan que seamos como ellos.
Y cada mañana yo me pregunto, ¿quién cojones me advirtió a
mí de que el mundo en esas manos era una mierda?
Nadie. Lo descubrí yo sola.
Por suerte no soy la única, algunos nacimos para cambiar esta sociedad putrefacta y corrompida.
Por suerte no soy la única, algunos nacimos para cambiar esta sociedad putrefacta y corrompida.
Y tengo latiendo esa esperanza, pronto llegará ese día en el
que rompamos todos esos carteles. En el que los niños y niñas puedan volver a
reír sin miedo a que la sociedad también les (m)ate.
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